viernes, 18 de diciembre de 2009

El mal como “fuerza”… ¿A qué me refiero cuando utilizo términos como “diabólico” o “satánico”...?

Antes de tratar el asunto del mal, quiero aclarar que NO soy un religioso fundamentalista, ni soy un devoto en asuntos religiosos, mucho menos me considero un “predicador” de una creencia religiosa, aunque confiese mi arraigo a las enseñanza que recibí del catolicismo en mi niñez y mi juventud, y guardo un buen recuerdo de varias personas que en una época de mi vida fueron mis guías espirituales, que hasta el sol de hoy sin que los pueda ver, siguen siéndolo… Por lo que leen en mis reflexiones, podrán notar que no soy un ejemplo del modelo cristiano, pero tampoco pretendo ser un agente del mal…

Aclarado esto, vamos al asunto del “mal”. Antes creía que la maldad era un asunto periférico, que mientras uno se portara bien, el mal no tocaría nuestras puertas. Fueron muchas las veces que en mi niñez escuchaba a los adultos decirme que si me portaba bien, no me pasarían cosas malas. Y en parte, este principio fue muy cierto porque conté con la protección de dos buenos padres que nos protegieron en nuestra niñez y en esos casos, la maldad de otros la mantienen a un márgen donde no la vimos cara a cara. En mi caso, conté con una madre que era una guerrera en cuanto al cuidado se trata, y no era amamantadora sino que nos exigía que asumiéramos las consecuencias si actuábamos mal. En ese sentido, aprendimos un principio: “El que la hace la paga”…

Es decir, mi entendimiento de lo que era “el mal” era guiado por esos inviolables principios:

  1. El que actúa bien, no le llegará el mal, o no será atacado por la maldad, o por las personas que actúen mal.
  2. El que actúa en la maldad, pagará su castigo.


Sencillo… para aquella etapa de mi vida... Pero, uno va creciendo, y algunas personas son más virtuosas que uno, y llega un momento en que esa virtuosidad no es para uno, es decir, el camino a la santidad que me presentaban, cada día era más difícil de seguir, porque requería el perseverar en unas reglas de comportamiento a veces hasta poco naturales, alejadas de lo que son nuestros instintos humanos naturales, que si fuimos creados por Dios, y esa creación fue buena, como se narraba en Génesis, entonces el mismísimo Dios nos había regalado también ESOS instintos y Él sería cruel si nos regalaba algo y después deseaba que actuáramos en contra de ese regalo…

Entonces, ¿qué era “actuar bien” y “actuar mal”…? Ya en mí había una rebeldía por el constante juicio ajeno. Sin embargo, fueron mis directores espirituales, ya no mis padres, los que me guiaron a entender de qué se trataba eso del juicio propio.

Para mí, esa prédica de separar lo “corporal” de lo “espiritual” era la crueldad más grande que podría predicar alguien. Quizás, aquella tendencia en la época de mi juventud, que llamaron “Teología de la Liberación”, fue la que acentuó en mi el arraigo a lo religiosos pero en otro plano, además de unos escritores católicos que combatían la pastoral de una dictadura jerárquica que desvanecía el ánimo de la libertad espiritual.

En esa época aprendí lo que quería decir el “discernimiento” por un libro del teólogo español José María Castillo que se titulaba “El discernimiento cristiano”, muy leído en aquella época por muchos católicos y que aquí las hermanas paulinas lo vendían en su librería de Río Piedras. Por cierto, me enteré que José María Castillo abrió un blog, y que lo tituló “Teología sin censura”, que desde hoy lo incluí como unos de los que recomiendo y lean el porqué mi simpatía con algunas de sus posturas en su última reflexión “Los nombramientos episcopales como paradigma”:

El reciente nombramiento del obispo de San Segastián, y la reacción de más de 130 curas de su diócesis, es un hecho paradigmático. En estas ocasiones es cuando mejor se ve cómo funciona la Iglesia: los procedimientos que usa el Vaticano para mantener intacta su estructura piramidal; y las reacciones que tales procedimientos desencadenan. Lo que interesa es mantener, a toda costa, la mentalidad sumisa. Por eso se nombran los obispos que se nombran: hombres incondicionalmente obedientes a Roma, ya que no pueden hacer de obispos sino “en comunión jerárquica con la cabeza u con los miembros del Colegio” (episcopal) (can. 375). Esto se justifica porque la obediencia se considera indispensable para mantener la unidad. Lo que en realidad se pretende, sin embargo, es asegurar la sumisión, en un régimen que funciona sobre la base de la exaltación del poder papal. De donde resulta inevitable que la Iglesia católica funciona como una fabulosa institución represiva.


En “Religión Digital.com” dicen del teólogo:

Muy crítico con la jerarquía eclesiástica, José María Castillo fue castigado en 1988, junto a Juan Antonio Estrada, con la retirada del "plácet" para la docencia como catedrático de Teología en la Universidad de Granada. Sin embargo Jose María Castillo asume los dogmas, pero no renuncia a la discusión de cuestiones no dogmáticas, consciente de que la Teología es, sobre todo, una búsqueda.


Bueno, al asunto que nos ocupa… En una época de mi vida tuve la dicha de que mi consejero espiritual me presentara estos escritores críticos, quizás porque veía en mí la duda constante y quería que perseverara en la fe católica aún con esas dudas… y mis “pecadillos”...

Así, aquel principio de que si me portaba bien me alejaría de la maldad, lo tuve que desechar, primero porque entendí que yo no actuaba constantemente con el “bien”, y también porque el discernimiento y su estructura de búsqueda me impuso una disciplina de cuestionarme constantemente qué era el “bien” y qué era el “mal”, y además porque tuve y tengo amigos muy virtuosos del bien, a quienes se les ataca con la maldad, aunque sean siempre buenos. Qué no decir de los que siempre actúan en la maldad y salen impunes cada vez que hacen una fechoría; lo que me hizo también descartar que el “malo” siempre tendrá su castigo.

Esto no quiere decir que abandono mi fe, sino que unos principios que entendí me “protegerían” de los ataques malsanos, ya no serían verdades inalienables. Y adopté este principio: Somos frágiles ante la maldad.

Con una analogía sencilla: Una persona decidió un buen día darnos un golpe en nuestra cara y logra su cometido. El golpe nos hace daño físico.

Puede que reaccionemos defendiéndonos, apostándole varios golpes en la cara a nuestro agresor hasta tumbarlo, o que alguien venga a nuestro rescate y lo haga por nosotros, o que sobreviva a ese y otros golpes y logre denunciar o demandar al agresor y que se le castigue por su afrenta. Pero, todas estas son posibles reacciones contra el agresor que YA causó un daño, y que podría arrepentirse de su actuación, pero en ocasiones, aunque se le castigue, pueda decidir seguir causando daños, a uno o a otros…

Esa segunda posibilidad es la que yo califico como la “maldad como fuerza”, una maldad que es la forma de vida de algunas personas, que ven el mal en ellos y lo afirman, que ven el mal en otros y lo alientan, que saben que causan un daño y al pasar juicio sobre este NO tienen pudor alguno en su conciencia, sólo el ataque al prójimo, una, y otra, y otra vez…

Frente a este comportamiento, el soltar las defensas sería lo mismo que el suicidio, o una inmolación inútil porque a la larga tocará a otros… Reconozco que este argumento o principio lo utilizan algunos dueños del poder que aceptan premios Nobel de la “paz” para justificar escaladas guerreristas. Pero, en lo básico, en lo elemental, uno NO puede renunciar a la DENUNCIA cuando se observa el daño, contra uno o contra otros. Las demás “armas” para combatir esa maldad es un asunto de opción personal que involucran las decisiones morales, que en este espacio no voy a discutir, porque ese silencio pertenece al asunto táctico que nos permite la sobrevivencia mínima en este mundo, aunque nuestra muerte ya tenga una fecha determinada…

A ese fenómeno de hacerle daño a personas constantemente, con saña y alevosía, de querer ver muerto al otro aunque no se le agreda físicamente, pero se le ataca para que sus condiciones de vida sean infrahumanas y que las consecuencias de ese daño lleven al otro a la desgracia de las enfermedades y la muerte, a ESE comportamiento de deseo, voluntad y acción CONSTANTE para dañar al prójimo, yo lo califico como “DIABÓLICO” o “SATÁNICO”… No uso esos términos como Obama lo señala y lo utiliza para justificar una escalada guerrerista de agresión donde los “daños colaterales”, o las muertes de inocentes, son una condición sine qua non, o donde se utilicen unos criterios de diferencias religiosas para, en nombre de esa religiosidad, agredir la espiritualidad de otros. Los términos “DIABÓLICO” y “SATÁNICO” a los que hago referencia es a cuestiones tan sencillas como insultar, rebajar y humillar a un niño diz que porque alguien justifique que existe una mala leche en el espíritu infantil y afirme que ESE niño tiene la capacidad de un adulto, negándole la posibilidad que le da el crecimiento como parte de su desarrollo humano… O que desde unas posiciones sociales de ventaja económica o de poder económico se actúe análogamente pero en detrimento de los desposeídos. Eso es lo mismo que practicar el “satanismo” aunque no se participe de ciertos rituales, porque en este caso, el “ritualismo” sería la “costumbre” o “rutina” de joder a los demás…

Así que cada vez que observen que utilizo términos como “diabólico” o “satánico”, me refiero a la “maldad como fuerza” ejercida constantemente y consistentemente para dañar a otros con saña, de una manera inhumana, que degrada la humanidad del otro… ESA maldad se TIENE que combatir, si queremos humanizarnos y humanizar a otros… ¿Con cuáles medios se combate esto…? Ya eso es un asunto para otra reflexión… Pero basta con una referencia: “El arte de la guerra” de Sun Tzu.


APÉNDICE:

Acerca del asunto de Obama y su discurso al recibir el premio Nobel de la “paz”, refiero una excelentísima reflexión de José María Castillo, Teólogo católico, que titula “Obama y la guerra justa”.

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